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Desde Villa Cañás a la Biblioteca Nacional, Elsa Barber: “Todo esto está a mi cargo”

Elsa Barber

Hay que ser Elsa Barber en país agrietado. Hay que haber sido -como Elsa Barber- una alta funcionaria del gobierno kirchnerista y, luego, una alta funcionaria del gobierno de Macri. Hay que haber durado y, más aún, ascendido. Es el caso: la señora que ahora sonríe para las fotos mientras se preocupa porque sale «como si estuviera feliz» es, desde julio de 2018, la directora de la Biblioteca Nacional de la República Argentina. Antes, era la subdirectora de Alberto Manguel. Y más atrás, la subdirectora de Horacio González. Camina por la Biblioteca como por su casa. Algo sabe.

Barber es amable, tiene un tono cálido, tranquilo, saluda, bromea. No se la cree: antes de ser funcionaria, fue directora del Departamento de Bibliotecología y Ciencia de la Información de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Bibliotecóloga de carrera y desde siempre. Algo sabe.

De libros sabe, de sistemas de archivos, de formas de acceder a una información que sea confiable. Pero a veces, dice, mira el enorme edificio, esa bestia de cemento que es la Biblioteca Nacional, y siente la responsabilidad: «Todo esto está a mi cargo».

«Esto», en una Biblioteca Nacional, es el pasado, porque la Biblioteca custodia documentos, archivos, memoria. Todo lo producido en el país y sobre el país, si fuera perfecta. Pero «esto» es el futuro: las formas de publicar cambian, hay libros que nunca verán el papel, hay libros sin letras, producidos como audios audios. ¿Cómo se guardan? Hay un imperativo de tener todo digital: ¿qué se escanea? ¿todo? ¿cómo se lo muestra?

Y «esto» -todo lo que hoy está cargo de esta bibliotecaria nacida en Villa Cañás en 1953- es el futuro porque acá hay cosas -ella lo sabe- que los chicos tienen que conocer. A ella, que ha hecho una carrera a partir de la tecnología, le importa que los más jóvenes se enteren de que hay un mundo en papel.

-¿Le parece que una Biblioteca Nacional también es lugar para chicos? Hace años se argumentó que el material que hay es para  investigadores.

-Estoy totalmente convencida, porque todo empieza en los chicos. Entonces así como creo que todo empieza en la biblioteca escolar, también creo que los chicos tienen que comenzar a ver que existen otros tipos de bibliotecas, por eso tenemos un programa que se llama «Nuevos investigadores», para que los estudiantes en sus últimos años de cursada vengan a la Biblioteca a conocer sus fondos. La idea es sepan que está la biblioteca, mostrarles todos los recursos que no están en Internet. Hay que luchar contra la idea de que todo está en Internet.

-Pero hay mucha riqueza ahí.

-Hay mucha bibliografía que dice que sólo el 4 por ciento de lo que hay en Internet es válido. Imaginate. Y lo que usan los chicos es Internet. Entonces también los bibliotecarios estamos para guiar sobre cómo buscar información en Internet, cómo hacer uso de esa información. La Biblioteca también en eso ha evolucionado, yo he tenido que evolucionar; cuando estudié se entendía que la Biblioteca Nacional era más cerrada, más para investigadores. Y luego se abrió al público. Sí, yo creo que los chicos tienen que estar incluidos.

-Muchos vienen a usar el lugar para estudiar.

-Aproximadamente tenemos unos 1.000 lectores diarios y circulando en la Biblioteca 1.800 personas por día, porque 800 vienen para los eventos culturales. Y la mayoría son, en verdad, estudiantes.

-Usted dice que todo empieza en la biblioteca escolar. Pero el ministerio de Educación suspendió la compra de material literario para esas bibliotecas.

-Más que suspenderlo, lo que se tendría que haber hecho es equilibrar. No suspender totalmente. Creo que es lamentable.

-Hoy hay libros que nunca van a estar en papel y se espera que una biblioteca esté digitalizada. ¿Cómo encaran eso?

-Lo estamos pensando. No podemos decir que tenemos un gran avance. El área de Procesos Técnicos de la Biblioteca está empezando a estudiar lo que se denominan normalmente en las bibliotecas las “políticas para tratamiento» de determinado material. Y tenemos que tener en claro todas las cuestiones que están vinculadas a cómo vas a almacenar, les tenés que dar una denominación unívoca. Acá en los diferentes sectores de la Biblioteca hay muchas cosas ya digitalizadas, en Mediateca, Audioteca, en Tesoro. Bueno, cada uno tenía su denominación. Estamos corrigiendo eso. Nosotros hablamos livianamente de la digitalización y pareciera ser que digitalizar es casi como sacar fotocopias, pero no es así. El tratamiento de una biblioteca digital es muchísimo más complejo que una biblioteca tradicional.

-Hay distintos formatos, los formatos caducan y ya no se pueden abrir…

-Y está el tema de la guarda. Tenés que tener sistemas de almacenamiento masivos. Servidores de una potencia extraordinaria para guardar toda esa información, por eso presentamos a FonPlata, el Fondo de la Cuenca del Plata, un proyecto para comprar equipamiento.

-¿Servidores? ¿Por cuánta plata?

-Sí. Con el servidor que tenemos estamos al límite de la capacidad de guarda. No podríamos seguir digitalizando. Y también escáneres para los diferentes tipos de material que tiene la Biblioteca: manuscritos, mapas. Son diez escáneres, uno con un robot que pasa las páginas. Conseguimos un financiamiento de 7 millones de dólares.

-¿Qué porcentaje de la biblioteca está digitalizada?

-Difícil decirlo. La gente piensa que se digitaliza todo. Y no. Se hace una selección de lo que se digitaliza. Cada sala lo determina según los requerimientos de los lectores. Además estamos armando un Registro Nacional de Objetos Digitales, donde se podrá rastrear lo digitalizado y subir lo propio. Hay muchas instituciones del interior que tienen material valioso ya digitalizado.

-Sos una sobreviviente de la gestión anterior. ¿Cambió la mirada sobre lo que tiene que ser la Biblioteca?

-Creo que no. Desde el punto de vista bibliotecológico, no. Todos sabemos que durante la gestión hasta el 2015 funcionaba acá Carta Abierta. Eso ha cambiado. Nos hemos convertido en una biblioteca más plural donde las cuestiones políticas no se plantean desde la gestión. Tenemos una programación cultural que va de Conan Doyle a los argentinos en la Revolución Cubana.

Un laberinto de 5 millones de ejemplares

Tres depósitos tiene la hemeroteca de la Biblioteca Nacional, donde se guardan diarios y revistas. Emocionan. Pasillos, mesas largas, es un sitio al que el público no accede y por eso es el que elige Barber para mostrar.

En una jaula, dos personas manipulan revistas. Están cargando datos, incorporando títulos al catálogo. Va lento: el equipo no llega a las 15 personas y, cuentan en la hemeroteca, se necesitarían 50. Pero también dicen que acá tendrían que estar todas las publicaciones y que -sacan pecho- «están casi todas».

Así, se puede ver, en muy buen estado, joyas como el diario anarquista «La batalla», que salía en Buenos Aires en 1910. O «La ilustración argentina», Buenos Aires, 1905, y «L’Illustration», París, 1863. Gente vestida como para casamiento que está de excursión en el Tigre. Una aristocrática rambla marplatense. Y la colección de «Radiolandia», donde, al azar, asoman galanes y actrices que hicieron historia.

Hay material desde el año 1870, cuentan, argentino y extranjero. No hay una ley que obligue a quienes publican a dejar un ejemplar en la Biblioteca, como con los libros, así que se trata de donaciones y de compras.

Hojas a veces amarillentas, otras en blanco brillante, papeles que da respeto tocar, como si se tuviera el tiempo entre las manos.

 

 

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