La vida de un adolescente puede ser turbulenta y llena de desafíos, pero pocos enfrentan lo que este joven tuvo que vivir a sus 14 años. Cuando sus padres decidieron separarse, su mundo ya estaba patas arriba. Poco después, su madre fue diagnosticada con cáncer, lo que marcó un quiebre en su vida.
La confusión y el dolor que sintió lo llevaron a una etapa de rebeldía. «No sabía a dónde estaba parado ni qué quería hacer», admite Nicolás. En busca de un refugio donde nadie le preguntara por la salud de su madre, se encontró inmerso en el mundo del juego. «Todo el mundo quería saber cómo estaba mi vieja, y en un momento me dieron el pésame mientras ella estaba en casa mirando una novela,» recuerda con amargura.
El juego comenzó como una forma de escape, pero rápidamente se transformó en una trampa. «Me fui metiendo de a poco, hasta que ya era un poquito tarde para salir,» confiesa. Aunque siempre pensaba que podía controlarlo y que cada vez sería la última, la adicción al juego solo lo hundía más.
Con la esperanza de un nuevo comienzo, decidió mudarse a Rosario, donde encontró un excelente trabajo y gente que lo apoyó. Vivió con su mejor amigo y, por un tiempo, dejó de jugar, enfocándose en su trabajo. «Estaba siempre en la misma, pero tratando de ponerme distintas opciones o distintas metas para no enterrarme del todo», comenta. Durante este periodo, su vida parecía tomar un rumbo positivo, pero las tentaciones del juego siempre acechaban.
Sin embargo, cuando fue trasladado a Córdoba por trabajo, la pandemia lo golpeó duro. «Estaba solo, solo, solo, y eso también fue un detonante», admite. Comenzó a jugar más que nunca y, finalmente, decidió regresar a Villa Cañás. A pesar de su éxito profesional, su salud mental se deterioraba. «Mentalmente me estaba cayendo cada vez más. Me encerraba, no salía, no comía,» recuerda.
Después de años de lucha, hace siete meses tomó la decisión de dejar de jugar. Su historia es un testimonio de la complejidad de la adolescencia y la búsqueda de consuelo en tiempos de desesperación. Su lucha no solo refleja su resiliencia, sino también la necesidad de apoyo y comprensión en momentos críticos de la vida.
«El amor es la respuesta,» afirma. Reconocer y aceptar todo lo que había transitado, junto con el apoyo incondicional de su familia, fue fundamental. «El amor de la familia te ayuda mucho a salir adelante», dice. Una experiencia particularmente impactante fue cuando jugó dinero destinado a su hermana. «Me miré al espejo y dije, no, mirá en lo que me estoy convirtiendo. Esto no puede seguir así,» recuerda. Ese fue su punto de quiebre, y desde entonces, ha trabajado para reconstruir su vida.
El deporte también jugó un papel crucial en su recuperación. «Estoy jugando al fútbol nuevamente en Huracán de Arribeños. La gente del club es maravillosa, y el ambiente es de competencia sana,» comenta. Además, su participación en charlas sobre ciberadicción y ludopatía le permitió compartir su experiencia y ayudar a otros. «Si puedo evitar que alguien pase por lo mismo, o ayudar a quienes ya están en esa situación, me siento realmente satisfecho.»
Encontró refugio en Arenales, provincia de Buenos Aires, trabajando con su padre y recibiendo ayuda profesional. «La licenciada María Laura Malagamba ha sido como un ángel guardián,» cuenta Nico. A través de la psicología y psiquiatría, ha aprendido a reconocer y aceptar su enfermedad, y trabajar en su recuperación. «Laura es muy autoritaria; el primer día me planteó que si yo boludeaba o mentía, no iba a salir. Semana a semana vamos sumando los días que hace que no juego, le cuento mi día a día, mi pasado, mi presente. Me ayuda a proyectar, manejando mi ansiedad, mi personalidad de querer irme de un lugar a otro. La primera idea fue NO ESCAPAR A LO QUE SOY Y RECONOCER QUE TENÍA UNA ENFERMEDAD. Reconocer te salva de muchas cosas.»
El apoyo del club de fútbol también ha sido clave. «En Huracán de Arribeños me recibieron con los brazos abiertos. Es un lugar con un ambiente de competencia sana y un grupo muy unido. En el club saben de mi situación y me han felicitado por el valor de contar mi experiencia,» explica. Este entorno le ha permitido sentirse parte de una comunidad que lo apoya y lo impulsa a seguir adelante.
A pesar de sus avances, los desafíos continúan. «No es fácil, pero cada día es una nueva oportunidad para mejorar», reflexiona. Ha encontrado una nueva vocación en ayudar a otros que enfrentan desafíos similares. «Yo cuento lo mío porque sé que hay mucha gente que puede pasar por lo mismo y gente que está pasando lo mismo. Entonces, si puedo evitar que la gente lo pase, mejor,» afirma. Su deseo de ayudar lo ha llevado a hablar en radios y charlas, compartiendo su historia con la esperanza de que otros encuentren el apoyo que necesitan.
Este relato es un llamado a la empatía y al entendimiento, recordando que detrás de cada adolescente rebelde hay una historia que merece ser escuchada. La resiliencia y el amor pueden ser poderosos aliados en la lucha contra las adversidades. «Ayudar al otro y tratar de que todos tengan una vida medianamente sana es lo que me llena,» concluye. Nicolás Crevel, hoy con 30 años, ha encontrado en su experiencia una nueva vocación: ayudar a otros que enfrentan desafíos similares, para que no tengan que recorrer el mismo camino difícil que él transitó.
Por Rogelio A. González