CARCEL
Separador
Nacionales

Participación en caída: El síntoma del fracaso político

Participación en caída: El síntoma del fracaso político

La política, entendida como el arte de gobernar y atender las necesidades colectivas, atraviesa hoy una de sus crisis más profundas de legitimidad y representatividad. Lo evidencian los números, lo expresan las calles y lo confirma el creciente ausentismo electoral registrado en las elecciones de este 2025. Una señal contundente de que la ciudadanía, sencillamente, ya no cree.

En cada cita con las urnas, un porcentaje creciente de ciudadanos opta por no concurrir. Se trata de una abstención que ya no responde exclusivamente al desinterés o la apatía, sino a una forma de protesta silenciosa: muchos votantes están convencidos de que ningún candidato, partido o discurso representa hoy una solución concreta a sus problemas cotidianos. En otras palabras, la política ha dejado de ser un puente entre las demandas sociales y las respuestas institucionales.

La inflación persistente, las inundaciones, la inseguridad creciente, el desempleo estructural, el estado de las rutas nacionales, la educación pública en crisis y un sistema de salud cada vez más fragmentado son solo algunas de las razones por las que amplios sectores de la población —especialmente los más jóvenes y los más vulnerables— perciben a la política como una maquinaria ineficaz y autoreferencial, más concentrada en disputas internas que en transformar realidades.

En cinco comicios provinciales y el de la Ciudad de Buenos Aires celebrados entre abril y mayo de 2025, un total de 8.403.502 ciudadanos estaban habilitados para votar, pero 3.731.336 —el 44,4%— optaron por no hacerlo. El desglose de la abstención es el siguiente:

Provincia / CiudadElectores habilitadosParticipación (%)No votaron
Santa Fe (13/4/2025)2.834.38355,601.258.466
Jujuy (11/5/2025)589.40865,06205.940
Chaco (11/5/2025)1.012.03452,26483.189
Salta (11/5/2025)457.64262,41171.520
San Luis (11/5/2025)421.28560,00168.514
CABA (18/5/2025)3.088.75053,351.443.707
Total / Promedio nacional 20258.403.50255,603.731.336


Estas cifras confirman que, a más de cuarenta años del retorno democrático, casi la mitad del padrón descarta hoy el voto como mecanismo de solución.
Esta desafección democrática no es nueva, pero sí más marcada. En todos los casos, un común denominador: la creciente indiferencia ante una dirigencia que no transforma.

A este cuadro se suma un nuevo factor: el discurso disruptivo del gobierno nacional. Con una retórica beligerante, basada en la confrontación con el pasado, se busca instalar un cambio de paradigma. Sin embargo, ese cambio se ha mostrado hasta ahora más verbal que estructural. En lugar de construir propuestas de desarrollo concretas, el oficialismo insiste en diferenciarse de “la casta” o de modelos anteriores, sin avanzar con la misma fuerza en planes productivos, de infraestructura o de obra pública.

La pregunta, entonces, es directa: ¿cómo se espera superar una crisis económica si no se sientan las bases del desarrollo? Un país no puede sostener su recuperación solamente con ajustes fiscales y reformas ideológicas. Requiere inversión en obra pública que dinamice el empleo, estímulo a la producción regional, incentivos a la industria y una mirada federal que incluya a los territorios postergados. La supuesta épica del recorte, sin un horizonte productivo que la compense, corre el riesgo de profundizar el estancamiento.

En este contexto, la distancia entre la política y la gente se amplía aún más. No se trata aquí de cuestionar al ciudadano que decide no votar, sino de interpelar al sistema político —y en especial al oficialismo— sobre el rumbo elegido. La democracia no se debilita únicamente por el autoritarismo o la violencia institucional. También se erosiona por el desencanto, por la distancia entre el discurso y los hechos, por la incapacidad de conectar con lo urgente.

Recuperar el valor del voto implica mucho más que campañas de concientización: requiere de una política que vuelva a ser útil, tangible y comprometida con lo real. Si el discurso del cambio no se traduce en mejora concreta de las condiciones de vida, lo único que cambiará será la profundidad del desencanto.

Hoy, el gran desafío no es solo vencer la abstención en las urnas, sino recomponer el vínculo roto entre representantes y representados. Y para lograrlo, la política —en todas sus formas— debe volver a enfocarse en aquello para lo que fue creada: transformar la realidad, no solo interpretarla desde una tribuna. De lo contrario, la indiferencia seguirá siendo la tendencia dominante y la promesa de una mejor calidad de vida, la gran deuda pendiente de la política.

Subir