En la célebre fábula de Hans Christian Andersen, un soberano orgulloso es engañado para lucir unas “prendas” que, en realidad, no existen. Hasta que un niño, con la sencillez de la verdad, denuncia al fin la desnudez del rey. Hoy, la provincia de Santa Fe enfrenta su propia escena: una elección donde el rito electoral se llevó a cabo con todas las pompas formales, pero donde la ciudadanía, la gran protagonista, reveló la desnudez de nuestra democracia al no asistir masivamente a las urnas.
Una jornada de apariencias
El reciente comicio general en Santa Fe registró la menor concurrencia desde el retorno de la democracia: apenas el 52% del padrón ejerció su derecho al voto, según la Secretaría Electoral provincial. Un dato alarmante que contrasta con el 55% de participación en las PASO del 19 de abril y que confirma una tendencia a la baja en el interés ciudadano. El ceremonial se cumplió: mesas constituidas, boletas prolijamente dispuestas, candidatos llamando a la “fuerza de la democracia”. Pero, como sucede con el emperador de Andersen, todos fingieron ver “algo” donde, en realidad, no había más que el rito vacío de un mandato sin pueblo.
El frío y el desencanto: coartadas y realidades
No pueden soslayarse las condiciones climáticas: una ola de frío paralizó la mañana y tarde, invitando a muchos electores a quedarse en sus hogares. Pero el frío no explica por sí solo este desplome de participación. Más profundo es el desencanto social: la distancia creciente entre la política y las preocupaciones cotidianas, la falta de propuestas genuinas y la repetición de esquemas obsoletos configuran el verdadero manto invisible de nuestra democracia.
En ciudades cabeceras como Rosario y la capital provincial, la participación cayó por debajo del 50% (48,33% y 46,47%, respectivamente). En localidades intermedias como Villa Cañás, apenas votó el 37,45%. El drama se agrava al observar que los jóvenes de 20 a 30 años aparecen como los más reacios: su apatía no es un mero dato estadístico, sino el síntoma de un sistema que ya no les habla en su lenguaje ni se conecta con sus prioridades.
Advertencias y desafíos
Autoridades como el secretario electoral Pablo Ayala y la vicegobernadora Gisela Scaglia han alertado sobre la magnitud del descalabro. Ayala comparó la inasistencia masiva con el voto en blanco masivo de 2001, mientras Scaglia subrayó la necesidad de “volver a enamorar a la gente” y repensar la frecuencia y modalidad de nuestros comicios. Sin embargo, las propuestas de ajustar calendarios o fórmulas electorales solo rasguñan la superficie del problema: la verdadera reestructuración debe darse en el contenido y el vínculo entre representantes y representados.
Es indispensable emprender un diagnóstico riguroso que identifique las causas reales del desencanto: transparencia en el uso de los recursos públicos, renovación de liderazgos, participación ciudadana más activa en la toma de decisiones y propuestas que respondan a temas concretos como empleo, educación y seguridad. En última instancia, no basta con cambiar el atuendo del emperador; hace falta reemplazar al propio emperador o, al menos, transformar radicalmente el traje que deseamos que lleve.
Hacia una inflexión democrática
La desnudez de nuestro sistema ante la pasividad de la población debe ser el punto de partida para una autocrítica profunda. No podemos seguir celebrando elecciones fallidas como si fueran triunfos democráticos. Cada abstención, cada ciudadano que elige no participar, es una voz que se nos escapa, una oportunidad perdida de consolidar la legitimidad de nuestras instituciones.
Retomar el contacto con la ciudadanía requiere más que discursos en estrados; exige mecanismos de democracia participativa, herramientas digitales que acerquen a los jóvenes, y un compromiso ético de los partidos para ofrecer transparencia y rendición de cuentas. Solo así, con propuestas concretas y genuinas, lograremos que Santa Fe deje de ser ese rey desnudo y vuelva a vestirse con el manto de la confianza popular.
Porque el único atuendo que merece nuestra democracia es la voluntad activa de cada ciudadano, recordándonos que el poder auténtico no reside en la forma, sino en la participación consciente de quienes tienen el deber y el derecho de forjar su propio destino.
Moraleja: La fábula nos enseña varias lecciones importantes
- Importancia de la honestidad:
La fábula critica la hipocresía y la falta de sinceridad de los cortesanos que, por miedo o conveniencia, no se atreven a decir la verdad. La valentía de un niño al señalar la desnudez del rey es elogiada.
- No dejarse llevar por la opinión popular:
La fábula muestra cómo la gente puede ser influenciada por la opinión de los demás, incluso cuando esa opinión es falsa o absurda. El emperador y sus cortesanos, por temor a ser considerados tontos, prefieren creer en la mentira.
- La verdad siempre sale a la luz:
A pesar de los intentos de ocultarla, la verdad termina por revelarse, a menudo de forma inesperada. La inocencia de un niño es suficiente para desenmascarar la farsa.
- La vanidad y la estupidez pueden llevar a la ruina:
El emperador, por su vanidad y deseo de impresionar a los demás, se expone a la humillación pública. La fábula muestra cómo la búsqueda excesiva de la admiración puede llevar a la pérdida de la credibilidad y el respeto.
